Así vive y siente uno de los 3500 argentinos con más de cien años

Así vive y siente uno de los 3500 argentinos con más de cien años

Dora acaba de cumplir 103 años na Argentina. Un día antes de la celebración que le organizaron su hijo, nietos y bisnietos, ella le cuenta a La Nacion que está de buen ánimo. “Ya tengo elegido el vestido. Uno muy lindo que me hizo la modista especialmente”, dice. Su voz es un susurro. En las fotos del cumpleaños pasado se la ve sonriente con un vestido de seda color tiza; un collar de perlas adorna su cuello.

Verónica Dema/ La Nacion Foto: Sebastián Rodeiro *

 

Ahora, sentada en su rincón preferido al lado de la ventana en su departamento del barrio de Recoleta, agrega: “Me gusta cumplir años, lo que no quiero es que haya mucha bulla; cada vez más prefiero las reuniones tranquilas”.

Sonríe apenas. Su tono es tranquilo, habla pausado, como en otro tiempo. “¿Si aún tengo sueños? Yo sueño con mis amigas. Ellas murieron conmigo, hace unos cuatro años”, dice. La frase mezcla confusión y metáfora. Entonces, Clara, la señora que la cuida desde hace dos décadas, busca cambiar de tema. Cree que Dorita -como la llama ella- se pierde por momentos. Quizá sólo sea el inconsciente con sus actos fallidos. “Con ellas compartía todo. Vivir mucho tiempo implica desgarros, muchas penas. Perder a mis amigas fue de las más grandes”. confiesa.

Como la centenaria Dora, hay 3487 personas con esa edad en la Argentina; el 77,5% son mujeres (los varones longevos apenas son 784), según datos del censo de 2010 del Indec. En la Ciudad de Buenos Aires viven 661 mayores de cien; es decir, 1 de cada 5000 personas tiene cien años o más. En la provincia de Buenos Aires la cifra es de 1278: uno de cada 12.500 bonaerenses está en esa franja etaria; en la de Córdoba 229: uno de cada 16.666; en Santa Fe, uno de cada 11.000 llega a esa edad. Estas son las provincias con mayor expectativa de vida de la Argentina.

La gran mayoría de los centenarios son mujeres. ¿Por qué? La explicación radica en el modo de vida de hombres y mujeres de esa generación: mientras que ellas vivían puertas adentro, los hombres eran los que salían a trabajar y solían descuidar su salud. La geriatra Cynthia Mariñansky, directora de la Escuela de Ciencias del Envejecimiento de la Universidad Maimónides, considera que esto irá cambiando con el tiempo: “Los hábitos de aquellos varones condicionaron decisivamente su salud. Esto se va a ir modificando porque ahora el hombre se cuida más y la mujer está tan expuesta como él a los trabajos fuera de la casa”.

Cuando se era viejo a los 35

Los datos históricos muestran que cada vez es más frecuente pasar la barrera de los cien. En la Edad Media, por ejemplo, el promedio de vida era de 40 años; a los 35 ya se era viejo. Más acá en el tiempo, hasta hace poco alguien de 70 años era un anciano. Las cosas son muy distintas ahora. Hoy un extremo de longevidad es el del pueblo de Vilcabamba, en Ecuador, donde sus habitantes viven 110, 120 y hasta 140 años; una de las peculiaridades es que viven mucho, con una salud envidiable a pesar de que -como escribe Ricardo Coler en el libro Eterna juventud (Editorial Planeta)- “fuman como escuerzos y beben como cosacos”. “El secreto de la longevidad está en un ambiente sano y en llevar una vida serena”, declara una longeva de aquel valle sagrado en el interior de Ecuador.

Mariñansky, la médica con 18 años de experiencia en el trabajo con adultos mayores, señala que con los avances de la ciencia se tiende a empujar cada vez más la edad. Hace unos años se creó la categoría Cuarta edad, que se extiende entre los mayores de 75 y correspondería a la ancianidad, es decir, al último tramo de la vida. El anterior estadio es el de los adultos mayores, la Tercera Edad, que se extiende entre quienes tienen 65 y 75 años y aún están activos y saludables.

“Hay mecanismos por los cuales se prolongó la expectativa de vida. Se dieron mejoras en las condiciones sanitarias, aparecieron formas de tratamiento para procesos que antes no podían tratarse”, señala la médica. Y ejemplifica: “Las infecciones se controlaron con los antibióticos, aunque aparecieron otro tipo de enfermedades degenerativas, como el cáncer, relacionadas con la calidad de vida y el estrés”.

La geriatra agrega que, más allá de estos avances, la carga genética es un factor determinante al hablar de longevidad. “Comparando grupos de la misma época y que habían tenido una calidad de vida similar se pudo comprobar que los que tenían características genéticas similares vivían la misma cantidad de años, eso era en realidad lo determinante”, informa.

Dora se encuadra en este grupo de personas. Sus padres y sus hermanos también pasaron la barrera de los noventa. “Mi madre era asmática y murió a los 92”, cuenta Dora, que se dedicó buena parte de su vida a cuidarla. “Estudié de maestra pero no ejercí nunca. Primero cuidé mucho a mi madre. Después me casé joven y tampoco pude dar clases, me tenía que quedar en casa”, relata.

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Ella dice que siempre fue muy conversadora, que no se cansa de hablar aunque parezca frágil. “¿Por qué no trabajaba afuera? Mi marido viajaba mucho por negocios. No recuerdo tanto porque tengo problemas de memoria y eso me entristece un poco. Me gustaría recordar más”. Trata de bucear en aquellos tiempos y los compara con los actuales, con lo que escucha en la radio o le cuentan sus familiares. “Enviudé joven, a los cuarenta. No se me ocurrió volver a casarme. Eran otras épocas, quizá si fuera ahora sería distinto”. Sonríe, pícara.

Mariñansky, la médica de Dora, cada vez que ve a su paciente la revisa y le da conversación. Como ella, también un fisioterapeuta y un psicólogo visitan a esta abuela. Además de recibir a sus médicos y a su familia, Dorita ocupa su día en caminar algunos pasos por el departamento -una hinchazón en un pie le impide salir de la casa -, conversar con Clara y disfrutar del silencio. Extraña leer, una actividad que tuvo que abandonar porque un quiste en el ojo le impide ver casi por completo.

“Es importante el tratamiento para mantenerse activa físicamente y también en su caso por el tema de la memoria, que se puede agilizar con ejercicios y medicamentos”, explica. Su trabajo de años en geriatría -una profesión que inició por amor a su abuela- la autoriza a concluir que si no tienen una atención muy cuidada las personas decaen mucho los últimos cinco años. “Solemos tener que darles algún antidepresivo para levantarles el ánimo y que puedan disfrutar y valorar los lindos momentos que la vida aún les ofrece”, señala.

A Dora, además de la genética la ayudó su cuidado en la alimentación y sus buenos hábitos en general. Ella misma cuenta: “Aunque desde que me acuerdo tuve buena salud, siempre me cuidé muchísimo en las comidas. Tampoco fumé nunca”. Ahora es vegetariana. “¿Alcohol? Querida nunca tomé una gota, ni cuando era joven. Qué diferencia con lo que pasa ahora, ¿no?”.

Vitalidad a los 90 y pico

Se envejece como se vivió. “Depende muchísimo de la filosofía con la que la persona desarrolló su vida, sus objetivos, sus motivaciones e intereses. Por eso vivir con objetivos precisos, con un proyecto de vida es rector y determinante de la longevidad”, explica Mariñansky. En este sentido, cuando se acaba el proyecto se acaba la vida.

El desafío que se plantea la geriatría es lograr que los últimos años se vivan lo más saludables posibles y no se suspendan los objetivos. Arón Schvartzman, el jubilado de 103 años que le ganó un juicio al Estado, parece un ejemplo de esto.

Hasta los 101 años ejerció la medicina y también tuvo una gran pasión, el ajedrez, deporte del que fue campeón nacional.

Arón obtuvo protagonismo las últimas semanas cuando se conoció que le ganó un juicio de ajuste de haberes al estado. Su compañera desde hace 70 años, Teresa, atiende el teléfono y se excusa de no llamarlo porque él descansa en cama. Ella tiene 90, se considera una persona joven, vital. “Arón ya no tiene tanta fuerza. Está débil y en estos días estuvieron llamando mucho de los medios por lo del juicio”, explica Teresa. “No quiere agregar nada más”.

Conversa animada, aunque prefiere no explayarse en el tema de la jubilación de su marido. “Queremos estar tranquilos”, dice. Cuenta que lo que más disfrutan es de estar en familia: “Desde que nos conocimos fuimos de estar juntos, muy en familia. Si hasta a los bailes íbamos con tíos y primos”. Luego se disculpa y se despide. Arón la necesita y ella está para cuidarlo.

Un proyecto, un compañero de vida, un entorno familiar afectuoso, ganas de seguir aprendiendo, sentirse escuchados, poder narrar las experiencias son algunos de los secretos de longevidad. Y la alegría, casi tan importante como la ciencia para garantizar una vida larga y plena..

Elizabeth Hinton, de 106 años, esperava su turno en Dorchester, suburbio al sur de Boston, Ma, en las últimas elecciones presidenciales en EE.UU

Fuente: La Nacion, Martes 13 de noviembre de 2012. Disponible Aquí

 

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